Natália González Ruiz
Cáncer. Según la RAE, enfermedad neoplásica con transformación de las células, que proliferan de manera anormal e incontrolada. Paradójico, ¿eh?. 14 palabras.
Una definición tan corta, tan concreta, y sin embargo, aquello definido por esas 14 palabras te cambia tanto la vida…
Hace ya casi 11 años, me diagnosticaron por primera vez un sarcoma epitelial en la mano izquierda. Tras el tumor primario, he tenido dos recaídas metastásicas en mi pulmón derecho, la última de ellas el año pasado.
¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando se habla de cáncer?
MIEDO. Pero no un miedo como el que de pequeños tenemos a la oscuridad, o como el que se le infunde a un niño con el cuento del coco, que va. Este es otro tipo de miedo. Miedo a lo desconocido, a no saber qué hacer ni qué será de ti a corto plazo. Miedo a una situación que se nos escapa de las manos, que no nos merecemos. Miedo a esta enfermedad tan injusta, a sufrir, tanto nosotros como los que nos rodean. Miedo al qué dirán, miedo a no tener pelo, a que nos pinchen, a quirófano... Pues, ¿sabéis lo que os digo? ¡A la mierda con el miedo!
El cáncer no es ningún juego de niños, no puedes protegerte metido debajo de una sábana. Contra el cáncer solo hay una vía de escape posible: LUCHAR. Ser fuertes. En el fondo a todo el mundo le gusta pensar que puede ser fuerte, pero ser fuerte no solamente es ser duro, se trata de asimilarlo. Ser fuertes no consiste en no llorar, en no temer, en no admitir que esto que se nos viene encima es grande, que quizás lo vemos demasiado grande para nosotros. Ser fuerte significa tener el valor de bajar la guardia, de no ser duros a cada momento del día. De expresarnos, de hablar de lo que se nos pasa por la cabeza, de ser capaces de pedir ayuda y dejarnos ayudar.
¿Que por qué escribo yo todo esto? Probablemente haya muchos de vosotros que esto no os interese lo más mínimo, que pensareis que bastante tenéis con lo vuestro como para escuchar las penas de nadie. Estaréis encerrados en vosotros mismos. Pero esto no tiene nada que ver. No pretendo daros un sermón, ni deciros lo que debéis hacer o no. Solo pretendo que seáis capaces de mirar más allá.
En mi caso, no había cosa que me reventase más que alguien que nunca ha pasado por nada ni siquiera parecido me dijese “eh, tranquila, si eso no es nada, ya mismo estás bien” ¡¿Que no es nada?! Claro que es, es y mucho. Pero yo sí he pasado por esto. Yo sé cómo os sentís muchas veces, tanto física como emocionalmente. Y es precisamente por haber pasado por esta situación por lo que me siento segura de poder decir que la alegría de vivir no se acaba aquí, que vuestra vida no ha hecho más que empezar.
La mayoría de vosotros considerará el cáncer como lo peor que le ha pasado en la vida, y probablemente sea así, sin embargo, lo que muchos de vosotros no sabréis es lo increíblemente verdad que es el dicho “no hay mal que por bien no venga”. Porque detrás del cáncer, detrás de todo lo malo que conlleva, hay algo maravilloso, hay magia.
Sí, pensareis que a mí se me ha ido la olla, ¿no?. Pues lo siento pero no, detrás del cáncer hay magia. ¿Que dónde?. Paraos un momento a pensarlo... La magia esta en vosotros mismos. La magia está en ser capaz de levantarse cada día, en darlo todo, en hacer de tripas corazón y sacar fuerzas de donde ya no nos quedan para combatirlo, para ganar esta guerra, en ese primer milímetro de pelopincho que te sale y a poco más te hace llorar de la alegría. En esa familia y esos amigos que están ahí, apoyándonos, que nos acompañan en los días que estamos bien y nos aguantan en los días en que no nos soportamos ni nosotros. En esa gente que trabaja en el hospital y que lo dan todo por nosotros, y no solo a nivel profesional sino también en el sentido afectivo. En esos compañeros de cuarto o de planta, más pequeños, más mayores o de nuestra edad, que lejos de rendirse, van y nos dedican una sonrisa, de esas que te hacen sentir bien, que te llenan el alma y te dan fuerzas. En los voluntarios, que tienen mil y un recursos para arrancarnos de nuestros cuartos y pasar una buena tarde, en todas aquellas fundaciones o asociaciones que nos ayudan a cambio de nada. Porque, cuando por una vez dejamos de pensar en nosotros, en la enfermedad y miramos hacia el frente, nos podemos dar cuente de que aun encontrándonos en una habitación horrorosa, conectados a una maquina que pita cada 15 minutos, las cosas no se limitan a esas cuatro paredes, que hay mucho más y que esto solo es un capítulo más de nuestra vida.
De esta enfermedad me llevo muchos recuerdos, algunos de ellos buenos, y otros no tanto. Me llevo gente, muchísima gente, me llevo amigas que no cambio ni por todo el oro del mundo, de esas que aunque no han estado ahí desde siempre, sabes que van a estar para siempre, de esas con las que puedes contar para todo. Me llevo madurez, nuevas experiencias, nuevas vivencias, me llevo la satisfacción de haberlo superado, quizás para siempre, quizás no, pero sabiendo que pase lo que pase, si volviese 100 veces, yo lo iba a vencer 101. Me llevo el orgullo de sentirme grande, porque ser grande es tener el valor de pegarte el tortazo y seguir adelante, hacer que se pregunten por qué sigues sonriendo, esa es la autentica grandeza... Y me llevo una gran lección:
Se perfectamente lo que es que la vida te de una patada, y no te apetezca otra cosa mas que llorar o comer chocolate, o cogerte la borrachera de tu vida. Pero también se la poca utilidad que esto tiene a la hora de mirar al frente, de ponerte cara a cara con la vida y sostenerle la mirada, ganarle el pulso, superar todas y cada una de las pruebas que nos pone
Hay días en los que una sola conversación, una noticia puede destrozarte por dentro en mil pedazos, pero hay que saber sobreponerse, hay que ser capaz de llorar, de admitir que duele, que tienes miedo, pero también hay que ser capaz de pedir ayuda, de apoyarte en aquellos que sabes que están ahí, de echarle dos cojones a todo y tirar pa'lante
Y luchar, poquito a poco, pensando cada día en que tenemos que aguantar, por nosotros mismos y por los demás. Y respirar, respirar hondo, llenarnos los pulmones de aire, de vida.
El dolor solo hay que aguantarlo, rezar por que se vaya él solito lo antes posible, y que la marca que nos ha dejado se vaya, o simplemente se esconda lo suficientemente profundo como para que no escueza constantemente
No hay una solución sencilla y eficaz, la única manera es echarle tiempo, y algún día, no muy lejano, el sol brillará con la misma fuerza con que lo hacía.
Mucho ánimo, porque, de corazón os lo digo, que vuestra vida no ha hecho más que empezar.
Natália