Eva Ruiz
Desde el momento en que me diagnosticaron, ya empecé a pensar y a planear como serían las cosas cuando todo acabara, como sería la vuelta a la normalidad.
Lo pensaba a menudo porque nunca creí que el final fuera a ser de otro modo que el de recuperarme, el de recuperar la energía que tenía antes de los tratamientos, de recuperar mi pelo, volver al instituto… Se puede decir que tenía idealizado ese momento y, que cuando llegó, fue una gran noticia para mí, para mi familia, mis amigos… pero no fue del todo como esperaba.
Para mí, la “vuelta a la normalidad”, supuso un proceso, un periodo de adaptación que llevaba su tiempo. Supuso, de nuevo, otro cambio radical en el que dejé la rutina del hospital, por la incorporación a la escuela, a los antiguos compañeros, la convivencia continua con mis hermanos, la vuelta a todo lo anterior (que tanto echaba de menos) pero teniendo una perspectiva distinta. Aunque volviese con mis antiguos compañeros, en parte era una alumna nueva o aunque la situación en casa volviese a normalizarse, parte de “miedo” y sobreprotección seguían ahí.
Esa normalización supuso, por tanto, un tiempo y también un reto. Por una parte, fue un reto porque en ocasiones los demás no veían de igual manera el esfuerzo que conllevaba esa vuelta. Y, por otra parte, porque también significo un periodo de reflexión: un momento para pensar en lo vivido, en cómo había cambiado y en cómo todo eso me había ayudado a crecer, a madurar, a ver las cosas desde otra perspectiva, a vivir la vida de otra manera. Sobre todo fue un momento en que me di cuenta de que quizás había que ir “despacito y con buena letra” pero que ahora todo era mejorar y que ya nada podría pararme.
Eva